AD VITAM AETÉRNAM (Hacia la
vida eterna) es un grupo de estudio de la Fraternidad Kardeciana del Ecuador
donde se difundirán artículos que conlleven a la práctica del bien para
asegurar la vida eterna.
La vida eterna es la meta
final de todo ser humano y que para lograrlo debe transitar muchas veces por
este mundo u otros con el fin de corregir los errores de sus vidas
anteriores.
La práctica del bien es el
único camino seguro a la vida eterna, el que se recorrerá en mayor o menor
tiempo, dependiendo de la rectificación de los errores cometidos en la
vida actual o en las anteriores.
Si desea comunicarse con el administrador de este grupo de estudio puede
escribirle a ecuador.kardeciano@gmail.com
Planificación
reencarnatoria
En
la vida cotidiana solemos equivocarnos de muchas maneras. Al elegir los
estudios; al dejarlos antes de tiempo; en el trabajo; en las amistades; en los
negocios y en muchas decisiones que tomamos.
Cuando
despojados de las vestiduras físicas nos hallamos en el campo espiritual,
continuamos siendo lo que fuimos, con los mismos defectos y virtudes. Seres
desorientados propensos al error.
Si
elegir las condiciones de la próxima reencarnación corriera sólo a nuestras
expensas, lo haríamos de manera desordenada y mal.
Llevamos
encima muchas cargas pesadas que hemos ido acumulando de tiempos pretéritos y
que tenemos que ir descargando poco a poco en cada reencarnación, devolviendo el
mal por el bien a costa de sacrificios. Pero si de nosotros dependiera, sólo
escogeríamos lo mejor, aquello que no requiere ningún sacrificio, dejando el
saldo negativo para nunca jamás. Y eso resultaría injusto, además de
espiritualmente imposible. De ahí la asistencia de nuestros Guías y Mentores
que son quienes nos asesoran y planifican nuestras futuras existencias
terrenales, las pruebas por las que necesariamente tendremos que pasar para ir
aligerando una parte de esa carga negativa que todos, en mayor o menor medida,
llevamos a cuestas, dejándonos, eso sí, un amplio margen de libertad para tomar
nuestras propias decisiones, acertadas o no. Sólo aquellos espíritus muy
adelantados, son los que, con la menor ayuda, son capaces de proyectar su
futuro reencarnatorio.
Un
trabajo arduo y meticuloso es la planificación de cada reencarnación, donde
cada pieza del complejo "puzzle" tendrá que encajar perfectamente.
*Sobre
esta cuestión existe variada literatura espirita que cada uno debe situar
objetivamente bajo la observancia de su propio razonamiento.
Albert B.B
El tránsito
1. No se excluyen por la confianza en la
vida futura los temores del tránsito de esta vida a la otra. Muchos no temen la
muerte por el hecho de morirse, lo que temen es el momento de la transición.
¿Se sufre o no se sufre en el tránsito? He aquí lo que les ocupa más, y la
importancia de este asunto es tanto mayor cuanto con toda seguridad nadie puede
evitarlo. Puede uno dejar de hacer un viaje terrestre, pero aquel camino han de
recorrerlo todos, ricos y pobres, y por doloroso que sea, ni la clase social,
ni la fortuna, pueden endulzar su amargura.
2. Al ver la calma de ciertas muertes y
las terribles convulsiones de la agonía en algunas otras, se puede ya
considerar que las sensaciones no son siempre las mismas. Pero, ¿quién puede
hacernos una reseña respecto de esto? ¿Quién nos describiría el fenómeno
fisiológico de la separación del alma y del cuerpo? ¿Quién nos dirá las
impresiones que se sienten en este instante supremo? Sobre este punto, la
ciencia y la religión enmudecen. ¿Y por qué? Porque falta a la una y a la otra
el conocimiento de las leyes que rigen las relaciones del espíritu y la
materia; la una se detiene en el umbral de la vida espiritual; la otra en el de
la vida material. El Espiritismo es el lazo de unión entre las dos. Él solo puede
referir cómo se opera la transición, y sea por las nociones más positivas que
da de la naturaleza del alma, ya sea por lo que informan los que han dejado la
envoltura material. El conocimiento del lazo fluídico que une el alma y el
cuerpo es la clave de este fenómeno, así como de muchos otros.
3. La materia inerte es insensible, éste
es un hecho positivo. Sólo el alma experimenta las sensaciones del placer y del
dolor. Durante la vida, cualquier separación de la materia se refleja en el
alma, quien recibe por ello una impresión más o menos dolorosa. El alma es la
que sufre y no el cuerpo. Éste no es más que el instrumento del dolor, el alma
es el paciente. Después de la muerte, estando el cuerpo separado del alma,
puede ser impunemente maltratado, porque nada siente. El alma, cuando está
aislada, no sufre por la desorganización de este último. Tiene sus sensaciones
propias, cuyo origen no está en la materia tangible. El periespíritu es la envoltura fluídica
del alma, de la cual no se separa ni antes ni después de la muerte, con la que
no forma, por expresarlo así, más que uno, porque no puede concebirse el uno
sin el otro.Durante la vida, el fluido periespiritual penetra en el cuerpo en
todas sus partes y sirve de vehículo a las sensaciones físicas del alma. Por
este intermediario obra también el alma, sobre el cuerpo y dirige sus
movimientos.
4. La extinción de la vida orgánica causa
la separación del alma y del cuerpo por la rotura del lazo fluídico que los
une, pero esta separación jamás es brusca. El fluido periespiritual se separa
poco a poco de todos los órganos. De modo que la separación no es completa y
absoluta sino cuando no queda un solo átomo del periespíritu unido a una
molécula del cuerpo. La sensación dolorosa que el alma experimenta en semejante
momento está en razón de la suma de los puntos de contacto que existe entre el
cuerpo y el periespíritu, y de la mayor o menor dificultad y lentitud que
ofrece la separación. Es preciso, pues, entender que, según las circunstancias,
la muerte puede ser más o menos penosa. Estas diversas circunstancias son las
que vamos a examinar.
5. Sentemos, desde luego, como principios
los cuatro casos siguientes, que se pueden mirar como las situaciones extremas,
entre las cuales hay una multitud de matices:
1.º Si en el momento de la extinción de
la vida orgánica estuviese operada completamente la separación del
periespíritu, el alma no sentiría absolutamente nada.
2.º Si en este momento la cohesión de los
dos elementos está en toda su fuerza, se produce una especie de rasgadura que
obra dolorosamente sobre el alma.
3.º Si la cohesión es débil, la separación
es fácil y se verifica sin sacudidas.
4.º Si después del cese completo de la
vida orgánica existen todavía numerosos puntos de contacto entre el cuerpo y el
periespíritu, podrá el alma sentir los efectos de la descomposición del cuerpo
hasta que el lazo se rompa enteramente. De esto resulta que el sufrimiento que
acompaña a la muerte está subordinado a la fuerza de adherencia que une el
cuerpo al periespíritu. Que todo lo que pueda menguar esta fuerza y favorecer
la rapidez de la separación hace el tránsito menos penoso. En fin, que si la
separación se opera sin ninguna dificultad, el alma no experimenta ninguna
sensación desagradable.
6. En el tránsito de la vida corporal a
la vida espiritual se produce también otro fenómeno de una importancia capital:
es el de la turbación. En este momento, el alma experimenta un sopor que
paraliza momentáneamente sus facultades y neutraliza, en parte al menos, las
sensaciones. Está, por expresarlo así, cataleptizada, de modo que casi nunca es
testigo consciente del último suspiro. Decimos casi nunca, porque hay un caso en
que puede tener conciencia de ello, como veremos después. La turbación puede,
pues, considerarse como el estado normal en el instante de la muerte.Su
duración es indeterminada, varía de algunas horas a algunos años. A medida que
se disipa, el alma está en la situación de un hombre que sale de un sueño
profundo. Las ideas son confusas, vagas e inciertas. Se ve como al través de
una niebla, poco a poco la vista se aclara, la memoria vuelve, y se reconoce. Pero este despertar varía según los
individuos. En unos es tranquilo y experimentan una sensación deliciosa,
mientras que en otros está lleno de terror, de ansiedad, y produce el efecto de
una terrible pesadilla.
7. El momento del último suspiro no es,
pues, el más penoso, porque, ordinariamente, el alma no tiene conciencia de sí
misma. Pero antes sufre por la desagregación de la materia durante las
convulsiones de la agonía, y después, por las angustias de la turbación.
Apresurémonos a declarar que este estado no es general.La intensidad y la
duración de este sufrimiento están, como hemos dicho, en razón de la afinidad
que existe entre el cuerpo y el periespíritu. Cuanto más grande es esta
afinidad, mayor es y más penosos son los esfuerzos del espíritu para separarse
de sus lazos. Pero hay personas en las cuales la
cohesión es tan débil, que la separación se opera por sí misma y naturalmente.
El espíritu se separa del cuerpo como un fruto maduro cae de su tallo. Esto
sucede con las muertes tranquilas y de apacible despertar en la otra vida.
8. El estado moral del alma es la causa
principal que influye sobre la mayor o menor facilidad de la separación. La
afinidad entre el cuerpo y el periespíritu está en razón de la adhesión del
espíritu a la materia.Está en su máximum en el hombre cuyas preocupaciones se
encuentran todas en la vida y goces materiales, y es casi nula en aquel cuya
alma purificada se ha identificado con anticipación con la vida espiritual.
Puesto que la lentitud y la dificultad de la separación están en razón del
grado de depuración y desmaterialización del alma, depende de cada uno hacer el
tránsito más o menos fácil o penoso, agradable o doloroso. Sentado esto, a la vez como teoría y como
resultado de la observación, nos queda por examinar la influencia de la clase
de muerte sobre las sensaciones del alma en el último momento.
9. En la muerte natural, la que resulta
de la extinción de las fuerzas vitales por la edad o la enfermedad, la
separación se opera gradualmente. En el hombre cuya alma está desmaterializada
y cuyos pensamientos se han desprendido de las preocupaciones terrestres, la
separación es casi completa antes de la muerte real. El cuerpo vive todavía con
vida orgánica cuando el alma ha entrado ya en la vida espiritual, y no está
ligada al cuerpo sino por un lazo tan débil, que rompe a la última palpitación
del corazón. En este estado, el espíritu puede haber recobrado ya su lucidez y
ser testigo consciente de la extinción de la vida de su cuerpo, considerándose
feliz por haberse librado de él. Para él la turbación es casi nula. Esto no es
más que un momento de sueño pacífico, de donde sale con una indecible impresión
de dicha y de esperanza. En el hombre material y sensual, aquel
que ha vivido más para el cuerpo que para el espíritu, para quien la vida
espiritual es nada, ni siquiera una realidad en su pensamiento, todo ha
contribuido a aflojarlos durante la vida. Al aproximarse la muerte, la
separación se hace también por grados continuos. Las convulsiones de la agonía
son indicio de la lucha que sostiene el espíritu que, a veces, quiere romper
los lazos que le retienen, otras se aferra a su cuerpo, del cual una fuerza
irresistible le arranca violentamente, como si dijéramos a pedazos.
10. El espíritu se adhiere tanto más a la
vida corporal cuanto no ve nada más allá. Siente que se le escapa y quiere
retenerla. En lugar de abandonarse al movimiento que le arrastra, resiste con
todas sus fuerzas, pudiendo así prolongar la lucha durante días, semanas y
meses enteros. Sin duda en este momento el espíritu no tiene toda su lucidez.
La turbación ha comenzado mucho tiempo antes de su muerte, pero por esto no
sufre menos, y la vaguedad en que se encuentra, la incertidumbre de lo que
vendrá a ser de él, aumentan sus angustias. Llega la muerte, y no se ha acabado
todo. La turbación continúa, siente que vive, pero no sabe si es de la vida
material o de la vida espiritual. Lucha todavía hasta que las últimas ligaduras
del periespíritu se rompen. La muerte ha puesto término a la enfermedad
efectiva, pero no ha tenido sus consecuencias. Mientras existen puntos de
contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el espíritu siente los achaques de
aquél, y sufre.
11. Muy diferente es la posición del
espíritu desmaterializado, aun en las más crueles enfermedades. Los lazos
fluídicos que le unen al cuerpo, siendo muy débiles, se rompen sin ninguna
sacudida. Después su confianza en el porvenir, que ha entrevisto ya con el
pensamiento, algunas veces también en realidad, le hace mirar la muerte como
una libertad y sus males como una prueba. De lo que resulta para él una
tranquilidad moral y una resignación que endulzan el sufrimiento. Después de la
muerte, rotos estos lazos en el mismo instante, ninguna reacción dolorosa se
opera en él. Siente su despertar libre, dispuesto, aliviado de un gran peso,
sobre todo contento porque no sufre ya.
12. En la muerte violenta, las
condiciones no son exactamente las mismas. Ninguna desagregación parcial ha
podido traer una separación anticipada entre el cuerpo y el periespíritu. La
vida orgánica, en toda su fuerza, se para repentinamente. La separación del
periespíritu no comienza, pues, sino después de la muerte, y en este caso, como
en los otros, no puede operarse instantáneamente. El espíritu, sorprendido, está como
aturdido, pero sintiendo que piensa, se cree aún vivo, y esta ilusión dura hasta
que se da cuenta de su posición. Este estado intermediario entre la vida
corporal y la vida espiritual es uno de los más interesantes para el estudio,
porque presenta el singular espectáculo de un espíritu que toma su cuerpo
fluídico por su cuerpo material, y que experimenta todas las sensaciones de la
vida orgánica. Ofrece una variedad infinita de matices, según el carácter, los
conocimientos y el grado de adelanto moral del espíritu. Es de corta duración
para aquellos cuya alma está depurada, porque en ellos había un desprendimiento
anticipado, y la muerte, incluso la más súbita, no hace más que apresurar su
realización. En otros puede prolongarse durante años. Este estado es muy
frecuente incluso en los casos de muerte ordinaria, y para algunos no tiene
nada que sea penoso, según las cualidades del espíritu. Pero para otros, es una
situación terrible. En el suicidio, sobre todo, ésta es la situación más
penosa. El cuerpo, reteniendo al periespíritu por todas sus fibras, todas las
convulsiones del mismo repercuten en el alma, y por esto siente atroces
sufrimientos.
13. El estado del espíritu en el momento
de la muerte puede resumirse así: El espíritu sufre tanto más cuanto el
desprendimiento del periespíritu es más lento. La prontitud del desprendimiento
está en razón del grado de adelanto moral del espíritu. Para el espíritu
desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte es un sueño de algunos
instantes, exento de todo sufrimiento, y cuyo despertar está lleno de suavidad.
14. Para trabajar en su depuración,
reprimir sus tendencias malas, vencer sus pasiones, es preciso ver sus ventajas
en el porvenir. Para identificarse con la vida futura, dirigir a ella sus
aspiraciones y preferirla a la vida terrestre, es necesario no sólo creer en
aquella, sino comprenderla. Es necesario representársela bajo un aspecto satisfactorio
para la razón, en completa concordancia con la lógica, el buen sentido y la
idea que uno se forma de la grandeza, de la bondad y de la justicia de Dios. De
todas las doctrinas filosóficas, el Espiritismo es la que ejerce, bajo este
aspecto, la más poderosa influencia por la fe inquebrantable que da. El
espíritu formal no se limita a creer, cree porque comprende, y comprende porque
se dirige a su entendimiento. La vida futura es una realidad que se descorre
sin cesar a su vista. La ve y la toca, por expresarlo así, en todos los
instantes. La duda no puede entrar en su alma. La vida corporal, tan limitada,
se borra para él ante la vida espiritual, que es la verdadera vida. De ahí el
poco caso que hace de las sinuosidades del camino y su resignación en las
vicisitudes, de las cuales comprende la causa y la utilidad. Su alma se eleva
por las relaciones directas que tiene con el mundo invisible, los lazos
fluídicos que le adhieren a la materia se debilitan y así se opera un primer
desprendimiento parcial que facilita el tránsito de esta vida a la otra. La
turbación inseparable del tránsito dura poco tiempo, porque tan pronto como se
ha franqueado el paso se reconoce a sí mismo. Nada le es extraño y se da cuenta
de su estado. 15. Ciertamente el Espiritismo no es
indispensable para obtener este resultado. Así es que no tiene pretensión de
que sólo él puede asegurar la salvación del alma, pero la facilita por los
conocimientos que procura, los sentimientos que inspira y las disposiciones en
la cuales coloca el espíritu, a quien hace comprender la necesidad de
mejorarse. Además, da los medios de facilitar el desprendimiento de otros
espíritus en el momento en que dejan la envoltura terrestre, y de abreviar el
término de la turbación por la plegaria y la evocación. Por la oración sincera,
que es una magnetización espiritual, se provoca una desagregación más pronta
del fluido periespiritual, por una evocación dirigida discretamente y con
prudencia, y animando con palabras de benevolencia, se saca al espíritu del
sopor en que se encuentra y se le ayuda a reconocerse más pronto. Si está
sufriendo, se le incita al arrepentimiento, el único que puede abreviar los
sufrimientos.
Vida después de la muerte o desdoblamiento del tiempo
AD VITAM AETÉRNAM (Hacia la
vida eterna) es un grupo de estudio de la Fraternidad Kardeciana del Ecuador
donde se difundirán artículos que conlleven a la práctica del bien para
asegurar la vida eterna.
La vida eterna es la meta
final de todo ser humano y que para lograrlo debe transitar muchas veces por
este mundo u otros con el fin de corregir los errores de sus vidas
anteriores.
La práctica del bien es el
único camino seguro a la vida eterna, el que se recorrerá en mayor o menor
tiempo, dependiendo de la rectificación de los errores cometidos en la
vida actual o en las anteriores.
Si desea comunicarse con el administrador de este grupo de estudio puede escribirle a ecuador.kardeciano@gmail.com
Planificación
reencarnatoria
En
la vida cotidiana solemos equivocarnos de muchas maneras. Al elegir los
estudios; al dejarlos antes de tiempo; en el trabajo; en las amistades; en los
negocios y en muchas decisiones que tomamos.
Cuando
despojados de las vestiduras físicas nos hallamos en el campo espiritual,
continuamos siendo lo que fuimos, con los mismos defectos y virtudes. Seres
desorientados propensos al error.
Si
elegir las condiciones de la próxima reencarnación corriera sólo a nuestras
expensas, lo haríamos de manera desordenada y mal.
Llevamos
encima muchas cargas pesadas que hemos ido acumulando de tiempos pretéritos y
que tenemos que ir descargando poco a poco en cada reencarnación, devolviendo el
mal por el bien a costa de sacrificios. Pero si de nosotros dependiera, sólo
escogeríamos lo mejor, aquello que no requiere ningún sacrificio, dejando el
saldo negativo para nunca jamás. Y eso resultaría injusto, además de
espiritualmente imposible. De ahí la asistencia de nuestros Guías y Mentores
que son quienes nos asesoran y planifican nuestras futuras existencias
terrenales, las pruebas por las que necesariamente tendremos que pasar para ir
aligerando una parte de esa carga negativa que todos, en mayor o menor medida,
llevamos a cuestas, dejándonos, eso sí, un amplio margen de libertad para tomar
nuestras propias decisiones, acertadas o no. Sólo aquellos espíritus muy
adelantados, son los que, con la menor ayuda, son capaces de proyectar su
futuro reencarnatorio.
Un
trabajo arduo y meticuloso es la planificación de cada reencarnación, donde
cada pieza del complejo "puzzle" tendrá que encajar perfectamente.
*Sobre
esta cuestión existe variada literatura espirita que cada uno debe situar
objetivamente bajo la observancia de su propio razonamiento.
Albert B.B
Albert B.B
El tránsito
1. No se excluyen por la confianza en la
vida futura los temores del tránsito de esta vida a la otra. Muchos no temen la
muerte por el hecho de morirse, lo que temen es el momento de la transición.
¿Se sufre o no se sufre en el tránsito? He aquí lo que les ocupa más, y la
importancia de este asunto es tanto mayor cuanto con toda seguridad nadie puede
evitarlo. Puede uno dejar de hacer un viaje terrestre, pero aquel camino han de
recorrerlo todos, ricos y pobres, y por doloroso que sea, ni la clase social,
ni la fortuna, pueden endulzar su amargura.
2. Al ver la calma de ciertas muertes y
las terribles convulsiones de la agonía en algunas otras, se puede ya
considerar que las sensaciones no son siempre las mismas. Pero, ¿quién puede
hacernos una reseña respecto de esto? ¿Quién nos describiría el fenómeno
fisiológico de la separación del alma y del cuerpo? ¿Quién nos dirá las
impresiones que se sienten en este instante supremo? Sobre este punto, la
ciencia y la religión enmudecen. ¿Y por qué? Porque falta a la una y a la otra
el conocimiento de las leyes que rigen las relaciones del espíritu y la
materia; la una se detiene en el umbral de la vida espiritual; la otra en el de
la vida material. El Espiritismo es el lazo de unión entre las dos. Él solo puede
referir cómo se opera la transición, y sea por las nociones más positivas que
da de la naturaleza del alma, ya sea por lo que informan los que han dejado la
envoltura material. El conocimiento del lazo fluídico que une el alma y el
cuerpo es la clave de este fenómeno, así como de muchos otros.
3. La materia inerte es insensible, éste es un hecho positivo. Sólo el alma experimenta las sensaciones del placer y del dolor. Durante la vida, cualquier separación de la materia se refleja en el alma, quien recibe por ello una impresión más o menos dolorosa. El alma es la que sufre y no el cuerpo. Éste no es más que el instrumento del dolor, el alma es el paciente. Después de la muerte, estando el cuerpo separado del alma, puede ser impunemente maltratado, porque nada siente. El alma, cuando está aislada, no sufre por la desorganización de este último. Tiene sus sensaciones propias, cuyo origen no está en la materia tangible. El periespíritu es la envoltura fluídica del alma, de la cual no se separa ni antes ni después de la muerte, con la que no forma, por expresarlo así, más que uno, porque no puede concebirse el uno sin el otro.Durante la vida, el fluido periespiritual penetra en el cuerpo en todas sus partes y sirve de vehículo a las sensaciones físicas del alma. Por este intermediario obra también el alma, sobre el cuerpo y dirige sus movimientos.
4. La extinción de la vida orgánica causa la separación del alma y del cuerpo por la rotura del lazo fluídico que los une, pero esta separación jamás es brusca. El fluido periespiritual se separa poco a poco de todos los órganos. De modo que la separación no es completa y absoluta sino cuando no queda un solo átomo del periespíritu unido a una molécula del cuerpo. La sensación dolorosa que el alma experimenta en semejante momento está en razón de la suma de los puntos de contacto que existe entre el cuerpo y el periespíritu, y de la mayor o menor dificultad y lentitud que ofrece la separación. Es preciso, pues, entender que, según las circunstancias, la muerte puede ser más o menos penosa. Estas diversas circunstancias son las que vamos a examinar.
5. Sentemos, desde luego, como principios los cuatro casos siguientes, que se pueden mirar como las situaciones extremas, entre las cuales hay una multitud de matices:
1.º Si en el momento de la extinción de la vida orgánica estuviese operada completamente la separación del periespíritu, el alma no sentiría absolutamente nada.
2.º Si en este momento la cohesión de los dos elementos está en toda su fuerza, se produce una especie de rasgadura que obra dolorosamente sobre el alma.
3.º Si la cohesión es débil, la separación es fácil y se verifica sin sacudidas.
4.º Si después del cese completo de la vida orgánica existen todavía numerosos puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, podrá el alma sentir los efectos de la descomposición del cuerpo hasta que el lazo se rompa enteramente. De esto resulta que el sufrimiento que acompaña a la muerte está subordinado a la fuerza de adherencia que une el cuerpo al periespíritu. Que todo lo que pueda menguar esta fuerza y favorecer la rapidez de la separación hace el tránsito menos penoso. En fin, que si la separación se opera sin ninguna dificultad, el alma no experimenta ninguna sensación desagradable.
6. En el tránsito de la vida corporal a la vida espiritual se produce también otro fenómeno de una importancia capital: es el de la turbación. En este momento, el alma experimenta un sopor que paraliza momentáneamente sus facultades y neutraliza, en parte al menos, las sensaciones. Está, por expresarlo así, cataleptizada, de modo que casi nunca es testigo consciente del último suspiro. Decimos casi nunca, porque hay un caso en que puede tener conciencia de ello, como veremos después. La turbación puede, pues, considerarse como el estado normal en el instante de la muerte.Su duración es indeterminada, varía de algunas horas a algunos años. A medida que se disipa, el alma está en la situación de un hombre que sale de un sueño profundo. Las ideas son confusas, vagas e inciertas. Se ve como al través de una niebla, poco a poco la vista se aclara, la memoria vuelve, y se reconoce. Pero este despertar varía según los individuos. En unos es tranquilo y experimentan una sensación deliciosa, mientras que en otros está lleno de terror, de ansiedad, y produce el efecto de una terrible pesadilla.
7. El momento del último suspiro no es, pues, el más penoso, porque, ordinariamente, el alma no tiene conciencia de sí misma. Pero antes sufre por la desagregación de la materia durante las convulsiones de la agonía, y después, por las angustias de la turbación. Apresurémonos a declarar que este estado no es general.La intensidad y la duración de este sufrimiento están, como hemos dicho, en razón de la afinidad que existe entre el cuerpo y el periespíritu. Cuanto más grande es esta afinidad, mayor es y más penosos son los esfuerzos del espíritu para separarse de sus lazos. Pero hay personas en las cuales la cohesión es tan débil, que la separación se opera por sí misma y naturalmente. El espíritu se separa del cuerpo como un fruto maduro cae de su tallo. Esto sucede con las muertes tranquilas y de apacible despertar en la otra vida.
8. El estado moral del alma es la causa principal que influye sobre la mayor o menor facilidad de la separación. La afinidad entre el cuerpo y el periespíritu está en razón de la adhesión del espíritu a la materia.Está en su máximum en el hombre cuyas preocupaciones se encuentran todas en la vida y goces materiales, y es casi nula en aquel cuya alma purificada se ha identificado con anticipación con la vida espiritual. Puesto que la lentitud y la dificultad de la separación están en razón del grado de depuración y desmaterialización del alma, depende de cada uno hacer el tránsito más o menos fácil o penoso, agradable o doloroso. Sentado esto, a la vez como teoría y como resultado de la observación, nos queda por examinar la influencia de la clase de muerte sobre las sensaciones del alma en el último momento.
9. En la muerte natural, la que resulta de la extinción de las fuerzas vitales por la edad o la enfermedad, la separación se opera gradualmente. En el hombre cuya alma está desmaterializada y cuyos pensamientos se han desprendido de las preocupaciones terrestres, la separación es casi completa antes de la muerte real. El cuerpo vive todavía con vida orgánica cuando el alma ha entrado ya en la vida espiritual, y no está ligada al cuerpo sino por un lazo tan débil, que rompe a la última palpitación del corazón. En este estado, el espíritu puede haber recobrado ya su lucidez y ser testigo consciente de la extinción de la vida de su cuerpo, considerándose feliz por haberse librado de él. Para él la turbación es casi nula. Esto no es más que un momento de sueño pacífico, de donde sale con una indecible impresión de dicha y de esperanza. En el hombre material y sensual, aquel que ha vivido más para el cuerpo que para el espíritu, para quien la vida espiritual es nada, ni siquiera una realidad en su pensamiento, todo ha contribuido a aflojarlos durante la vida. Al aproximarse la muerte, la separación se hace también por grados continuos. Las convulsiones de la agonía son indicio de la lucha que sostiene el espíritu que, a veces, quiere romper los lazos que le retienen, otras se aferra a su cuerpo, del cual una fuerza irresistible le arranca violentamente, como si dijéramos a pedazos.
10. El espíritu se adhiere tanto más a la vida corporal cuanto no ve nada más allá. Siente que se le escapa y quiere retenerla. En lugar de abandonarse al movimiento que le arrastra, resiste con todas sus fuerzas, pudiendo así prolongar la lucha durante días, semanas y meses enteros. Sin duda en este momento el espíritu no tiene toda su lucidez. La turbación ha comenzado mucho tiempo antes de su muerte, pero por esto no sufre menos, y la vaguedad en que se encuentra, la incertidumbre de lo que vendrá a ser de él, aumentan sus angustias. Llega la muerte, y no se ha acabado todo. La turbación continúa, siente que vive, pero no sabe si es de la vida material o de la vida espiritual. Lucha todavía hasta que las últimas ligaduras del periespíritu se rompen. La muerte ha puesto término a la enfermedad efectiva, pero no ha tenido sus consecuencias. Mientras existen puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el espíritu siente los achaques de aquél, y sufre.
11. Muy diferente es la posición del espíritu desmaterializado, aun en las más crueles enfermedades. Los lazos fluídicos que le unen al cuerpo, siendo muy débiles, se rompen sin ninguna sacudida. Después su confianza en el porvenir, que ha entrevisto ya con el pensamiento, algunas veces también en realidad, le hace mirar la muerte como una libertad y sus males como una prueba. De lo que resulta para él una tranquilidad moral y una resignación que endulzan el sufrimiento. Después de la muerte, rotos estos lazos en el mismo instante, ninguna reacción dolorosa se opera en él. Siente su despertar libre, dispuesto, aliviado de un gran peso, sobre todo contento porque no sufre ya.
12. En la muerte violenta, las condiciones no son exactamente las mismas. Ninguna desagregación parcial ha podido traer una separación anticipada entre el cuerpo y el periespíritu. La vida orgánica, en toda su fuerza, se para repentinamente. La separación del periespíritu no comienza, pues, sino después de la muerte, y en este caso, como en los otros, no puede operarse instantáneamente. El espíritu, sorprendido, está como aturdido, pero sintiendo que piensa, se cree aún vivo, y esta ilusión dura hasta que se da cuenta de su posición. Este estado intermediario entre la vida corporal y la vida espiritual es uno de los más interesantes para el estudio, porque presenta el singular espectáculo de un espíritu que toma su cuerpo fluídico por su cuerpo material, y que experimenta todas las sensaciones de la vida orgánica. Ofrece una variedad infinita de matices, según el carácter, los conocimientos y el grado de adelanto moral del espíritu. Es de corta duración para aquellos cuya alma está depurada, porque en ellos había un desprendimiento anticipado, y la muerte, incluso la más súbita, no hace más que apresurar su realización. En otros puede prolongarse durante años. Este estado es muy frecuente incluso en los casos de muerte ordinaria, y para algunos no tiene nada que sea penoso, según las cualidades del espíritu. Pero para otros, es una situación terrible. En el suicidio, sobre todo, ésta es la situación más penosa. El cuerpo, reteniendo al periespíritu por todas sus fibras, todas las convulsiones del mismo repercuten en el alma, y por esto siente atroces sufrimientos.
13. El estado del espíritu en el momento de la muerte puede resumirse así: El espíritu sufre tanto más cuanto el desprendimiento del periespíritu es más lento. La prontitud del desprendimiento está en razón del grado de adelanto moral del espíritu. Para el espíritu desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte es un sueño de algunos instantes, exento de todo sufrimiento, y cuyo despertar está lleno de suavidad.
14. Para trabajar en su depuración, reprimir sus tendencias malas, vencer sus pasiones, es preciso ver sus ventajas en el porvenir. Para identificarse con la vida futura, dirigir a ella sus aspiraciones y preferirla a la vida terrestre, es necesario no sólo creer en aquella, sino comprenderla. Es necesario representársela bajo un aspecto satisfactorio para la razón, en completa concordancia con la lógica, el buen sentido y la idea que uno se forma de la grandeza, de la bondad y de la justicia de Dios. De todas las doctrinas filosóficas, el Espiritismo es la que ejerce, bajo este aspecto, la más poderosa influencia por la fe inquebrantable que da. El espíritu formal no se limita a creer, cree porque comprende, y comprende porque se dirige a su entendimiento. La vida futura es una realidad que se descorre sin cesar a su vista. La ve y la toca, por expresarlo así, en todos los instantes. La duda no puede entrar en su alma. La vida corporal, tan limitada, se borra para él ante la vida espiritual, que es la verdadera vida. De ahí el poco caso que hace de las sinuosidades del camino y su resignación en las vicisitudes, de las cuales comprende la causa y la utilidad. Su alma se eleva por las relaciones directas que tiene con el mundo invisible, los lazos fluídicos que le adhieren a la materia se debilitan y así se opera un primer desprendimiento parcial que facilita el tránsito de esta vida a la otra. La turbación inseparable del tránsito dura poco tiempo, porque tan pronto como se ha franqueado el paso se reconoce a sí mismo. Nada le es extraño y se da cuenta de su estado. 15. Ciertamente el Espiritismo no es indispensable para obtener este resultado. Así es que no tiene pretensión de que sólo él puede asegurar la salvación del alma, pero la facilita por los conocimientos que procura, los sentimientos que inspira y las disposiciones en la cuales coloca el espíritu, a quien hace comprender la necesidad de mejorarse. Además, da los medios de facilitar el desprendimiento de otros espíritus en el momento en que dejan la envoltura terrestre, y de abreviar el término de la turbación por la plegaria y la evocación. Por la oración sincera, que es una magnetización espiritual, se provoca una desagregación más pronta del fluido periespiritual, por una evocación dirigida discretamente y con prudencia, y animando con palabras de benevolencia, se saca al espíritu del sopor en que se encuentra y se le ayuda a reconocerse más pronto. Si está sufriendo, se le incita al arrepentimiento, el único que puede abreviar los sufrimientos.
3. La materia inerte es insensible, éste es un hecho positivo. Sólo el alma experimenta las sensaciones del placer y del dolor. Durante la vida, cualquier separación de la materia se refleja en el alma, quien recibe por ello una impresión más o menos dolorosa. El alma es la que sufre y no el cuerpo. Éste no es más que el instrumento del dolor, el alma es el paciente. Después de la muerte, estando el cuerpo separado del alma, puede ser impunemente maltratado, porque nada siente. El alma, cuando está aislada, no sufre por la desorganización de este último. Tiene sus sensaciones propias, cuyo origen no está en la materia tangible. El periespíritu es la envoltura fluídica del alma, de la cual no se separa ni antes ni después de la muerte, con la que no forma, por expresarlo así, más que uno, porque no puede concebirse el uno sin el otro.Durante la vida, el fluido periespiritual penetra en el cuerpo en todas sus partes y sirve de vehículo a las sensaciones físicas del alma. Por este intermediario obra también el alma, sobre el cuerpo y dirige sus movimientos.
4. La extinción de la vida orgánica causa la separación del alma y del cuerpo por la rotura del lazo fluídico que los une, pero esta separación jamás es brusca. El fluido periespiritual se separa poco a poco de todos los órganos. De modo que la separación no es completa y absoluta sino cuando no queda un solo átomo del periespíritu unido a una molécula del cuerpo. La sensación dolorosa que el alma experimenta en semejante momento está en razón de la suma de los puntos de contacto que existe entre el cuerpo y el periespíritu, y de la mayor o menor dificultad y lentitud que ofrece la separación. Es preciso, pues, entender que, según las circunstancias, la muerte puede ser más o menos penosa. Estas diversas circunstancias son las que vamos a examinar.
5. Sentemos, desde luego, como principios los cuatro casos siguientes, que se pueden mirar como las situaciones extremas, entre las cuales hay una multitud de matices:
1.º Si en el momento de la extinción de la vida orgánica estuviese operada completamente la separación del periespíritu, el alma no sentiría absolutamente nada.
2.º Si en este momento la cohesión de los dos elementos está en toda su fuerza, se produce una especie de rasgadura que obra dolorosamente sobre el alma.
3.º Si la cohesión es débil, la separación es fácil y se verifica sin sacudidas.
4.º Si después del cese completo de la vida orgánica existen todavía numerosos puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, podrá el alma sentir los efectos de la descomposición del cuerpo hasta que el lazo se rompa enteramente. De esto resulta que el sufrimiento que acompaña a la muerte está subordinado a la fuerza de adherencia que une el cuerpo al periespíritu. Que todo lo que pueda menguar esta fuerza y favorecer la rapidez de la separación hace el tránsito menos penoso. En fin, que si la separación se opera sin ninguna dificultad, el alma no experimenta ninguna sensación desagradable.
6. En el tránsito de la vida corporal a la vida espiritual se produce también otro fenómeno de una importancia capital: es el de la turbación. En este momento, el alma experimenta un sopor que paraliza momentáneamente sus facultades y neutraliza, en parte al menos, las sensaciones. Está, por expresarlo así, cataleptizada, de modo que casi nunca es testigo consciente del último suspiro. Decimos casi nunca, porque hay un caso en que puede tener conciencia de ello, como veremos después. La turbación puede, pues, considerarse como el estado normal en el instante de la muerte.Su duración es indeterminada, varía de algunas horas a algunos años. A medida que se disipa, el alma está en la situación de un hombre que sale de un sueño profundo. Las ideas son confusas, vagas e inciertas. Se ve como al través de una niebla, poco a poco la vista se aclara, la memoria vuelve, y se reconoce. Pero este despertar varía según los individuos. En unos es tranquilo y experimentan una sensación deliciosa, mientras que en otros está lleno de terror, de ansiedad, y produce el efecto de una terrible pesadilla.
7. El momento del último suspiro no es, pues, el más penoso, porque, ordinariamente, el alma no tiene conciencia de sí misma. Pero antes sufre por la desagregación de la materia durante las convulsiones de la agonía, y después, por las angustias de la turbación. Apresurémonos a declarar que este estado no es general.La intensidad y la duración de este sufrimiento están, como hemos dicho, en razón de la afinidad que existe entre el cuerpo y el periespíritu. Cuanto más grande es esta afinidad, mayor es y más penosos son los esfuerzos del espíritu para separarse de sus lazos. Pero hay personas en las cuales la cohesión es tan débil, que la separación se opera por sí misma y naturalmente. El espíritu se separa del cuerpo como un fruto maduro cae de su tallo. Esto sucede con las muertes tranquilas y de apacible despertar en la otra vida.
8. El estado moral del alma es la causa principal que influye sobre la mayor o menor facilidad de la separación. La afinidad entre el cuerpo y el periespíritu está en razón de la adhesión del espíritu a la materia.Está en su máximum en el hombre cuyas preocupaciones se encuentran todas en la vida y goces materiales, y es casi nula en aquel cuya alma purificada se ha identificado con anticipación con la vida espiritual. Puesto que la lentitud y la dificultad de la separación están en razón del grado de depuración y desmaterialización del alma, depende de cada uno hacer el tránsito más o menos fácil o penoso, agradable o doloroso. Sentado esto, a la vez como teoría y como resultado de la observación, nos queda por examinar la influencia de la clase de muerte sobre las sensaciones del alma en el último momento.
9. En la muerte natural, la que resulta de la extinción de las fuerzas vitales por la edad o la enfermedad, la separación se opera gradualmente. En el hombre cuya alma está desmaterializada y cuyos pensamientos se han desprendido de las preocupaciones terrestres, la separación es casi completa antes de la muerte real. El cuerpo vive todavía con vida orgánica cuando el alma ha entrado ya en la vida espiritual, y no está ligada al cuerpo sino por un lazo tan débil, que rompe a la última palpitación del corazón. En este estado, el espíritu puede haber recobrado ya su lucidez y ser testigo consciente de la extinción de la vida de su cuerpo, considerándose feliz por haberse librado de él. Para él la turbación es casi nula. Esto no es más que un momento de sueño pacífico, de donde sale con una indecible impresión de dicha y de esperanza. En el hombre material y sensual, aquel que ha vivido más para el cuerpo que para el espíritu, para quien la vida espiritual es nada, ni siquiera una realidad en su pensamiento, todo ha contribuido a aflojarlos durante la vida. Al aproximarse la muerte, la separación se hace también por grados continuos. Las convulsiones de la agonía son indicio de la lucha que sostiene el espíritu que, a veces, quiere romper los lazos que le retienen, otras se aferra a su cuerpo, del cual una fuerza irresistible le arranca violentamente, como si dijéramos a pedazos.
10. El espíritu se adhiere tanto más a la vida corporal cuanto no ve nada más allá. Siente que se le escapa y quiere retenerla. En lugar de abandonarse al movimiento que le arrastra, resiste con todas sus fuerzas, pudiendo así prolongar la lucha durante días, semanas y meses enteros. Sin duda en este momento el espíritu no tiene toda su lucidez. La turbación ha comenzado mucho tiempo antes de su muerte, pero por esto no sufre menos, y la vaguedad en que se encuentra, la incertidumbre de lo que vendrá a ser de él, aumentan sus angustias. Llega la muerte, y no se ha acabado todo. La turbación continúa, siente que vive, pero no sabe si es de la vida material o de la vida espiritual. Lucha todavía hasta que las últimas ligaduras del periespíritu se rompen. La muerte ha puesto término a la enfermedad efectiva, pero no ha tenido sus consecuencias. Mientras existen puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el espíritu siente los achaques de aquél, y sufre.
11. Muy diferente es la posición del espíritu desmaterializado, aun en las más crueles enfermedades. Los lazos fluídicos que le unen al cuerpo, siendo muy débiles, se rompen sin ninguna sacudida. Después su confianza en el porvenir, que ha entrevisto ya con el pensamiento, algunas veces también en realidad, le hace mirar la muerte como una libertad y sus males como una prueba. De lo que resulta para él una tranquilidad moral y una resignación que endulzan el sufrimiento. Después de la muerte, rotos estos lazos en el mismo instante, ninguna reacción dolorosa se opera en él. Siente su despertar libre, dispuesto, aliviado de un gran peso, sobre todo contento porque no sufre ya.
12. En la muerte violenta, las condiciones no son exactamente las mismas. Ninguna desagregación parcial ha podido traer una separación anticipada entre el cuerpo y el periespíritu. La vida orgánica, en toda su fuerza, se para repentinamente. La separación del periespíritu no comienza, pues, sino después de la muerte, y en este caso, como en los otros, no puede operarse instantáneamente. El espíritu, sorprendido, está como aturdido, pero sintiendo que piensa, se cree aún vivo, y esta ilusión dura hasta que se da cuenta de su posición. Este estado intermediario entre la vida corporal y la vida espiritual es uno de los más interesantes para el estudio, porque presenta el singular espectáculo de un espíritu que toma su cuerpo fluídico por su cuerpo material, y que experimenta todas las sensaciones de la vida orgánica. Ofrece una variedad infinita de matices, según el carácter, los conocimientos y el grado de adelanto moral del espíritu. Es de corta duración para aquellos cuya alma está depurada, porque en ellos había un desprendimiento anticipado, y la muerte, incluso la más súbita, no hace más que apresurar su realización. En otros puede prolongarse durante años. Este estado es muy frecuente incluso en los casos de muerte ordinaria, y para algunos no tiene nada que sea penoso, según las cualidades del espíritu. Pero para otros, es una situación terrible. En el suicidio, sobre todo, ésta es la situación más penosa. El cuerpo, reteniendo al periespíritu por todas sus fibras, todas las convulsiones del mismo repercuten en el alma, y por esto siente atroces sufrimientos.
13. El estado del espíritu en el momento de la muerte puede resumirse así: El espíritu sufre tanto más cuanto el desprendimiento del periespíritu es más lento. La prontitud del desprendimiento está en razón del grado de adelanto moral del espíritu. Para el espíritu desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte es un sueño de algunos instantes, exento de todo sufrimiento, y cuyo despertar está lleno de suavidad.
14. Para trabajar en su depuración, reprimir sus tendencias malas, vencer sus pasiones, es preciso ver sus ventajas en el porvenir. Para identificarse con la vida futura, dirigir a ella sus aspiraciones y preferirla a la vida terrestre, es necesario no sólo creer en aquella, sino comprenderla. Es necesario representársela bajo un aspecto satisfactorio para la razón, en completa concordancia con la lógica, el buen sentido y la idea que uno se forma de la grandeza, de la bondad y de la justicia de Dios. De todas las doctrinas filosóficas, el Espiritismo es la que ejerce, bajo este aspecto, la más poderosa influencia por la fe inquebrantable que da. El espíritu formal no se limita a creer, cree porque comprende, y comprende porque se dirige a su entendimiento. La vida futura es una realidad que se descorre sin cesar a su vista. La ve y la toca, por expresarlo así, en todos los instantes. La duda no puede entrar en su alma. La vida corporal, tan limitada, se borra para él ante la vida espiritual, que es la verdadera vida. De ahí el poco caso que hace de las sinuosidades del camino y su resignación en las vicisitudes, de las cuales comprende la causa y la utilidad. Su alma se eleva por las relaciones directas que tiene con el mundo invisible, los lazos fluídicos que le adhieren a la materia se debilitan y así se opera un primer desprendimiento parcial que facilita el tránsito de esta vida a la otra. La turbación inseparable del tránsito dura poco tiempo, porque tan pronto como se ha franqueado el paso se reconoce a sí mismo. Nada le es extraño y se da cuenta de su estado. 15. Ciertamente el Espiritismo no es indispensable para obtener este resultado. Así es que no tiene pretensión de que sólo él puede asegurar la salvación del alma, pero la facilita por los conocimientos que procura, los sentimientos que inspira y las disposiciones en la cuales coloca el espíritu, a quien hace comprender la necesidad de mejorarse. Además, da los medios de facilitar el desprendimiento de otros espíritus en el momento en que dejan la envoltura terrestre, y de abreviar el término de la turbación por la plegaria y la evocación. Por la oración sincera, que es una magnetización espiritual, se provoca una desagregación más pronta del fluido periespiritual, por una evocación dirigida discretamente y con prudencia, y animando con palabras de benevolencia, se saca al espíritu del sopor en que se encuentra y se le ayuda a reconocerse más pronto. Si está sufriendo, se le incita al arrepentimiento, el único que puede abreviar los sufrimientos.
Vida después de la muerte o desdoblamiento del tiempo
Me he decidido a escribir este artículo para compartir unas experiencias que me han impresionado profundamente.
Experiencias que han vivido personas que he conocido, gracias a mi actividad en relación con las plantas medicinales .
Me han impresionado, porque según mi razonamiento actual parecen imposibles, pero son realidades maravillosas que pueden llenar de esperanza a muchas personas con enfermedades graves o terminales y lo asocio con la "teoría" o no tan teoría, del Desdoblamiento del tiempo del Doctor en Física, Jean –Pierre Garnier, que asegura que en sueños, podemos visualizar la solución a nuestros problemas, gracias a nuestro doble que viaja en el tiempo futuro buscando la solución a los mismos y de forma imperceptible cuando despertamos, nos dicta el camino correcto a seguir para superarlos.
Sería en palabras sencillas conectar con nuestro instinto o ser interior adormecido, que nos dicta que hacer de forma correcta en nuestra vida diaria.
Las historias reales que voy a comentar no son fruto de los sueños, pero si de vivencias estando en coma (un sueño muy profundo) o en situaciones límite .
La primera historia fue sobre la curación de una mujer, Susana Escudero, con una afección de SIDA en fase terminal.
Durante el Congreso del Amor en Lleida de hace unos años, explicó que estando en la cama del hospital esperando el último suspiro, una enfermera, se le acerca y le pregunta porqué llora.
Extrañada y con las pocas fuerzas que le quedaban le responde que estaba llorando porque sentía que se estaba muriendo. La enfermera le dice: ¿Y qué es la muerte? A Susana estas palabras le provocaron una emoción muy fuerte y sin más dilación la enfermera le comenta que va a buscarle un libro para leerle unas páginas. Este libro se llama "Dios me habló".
Al cabo de un rato y después de leerle una página, Susana ya más tranquila, entra en coma. Un coma de un mes y durante este mes visionó el otro lado de la vida y aprendió qué hacer para auto recuperarse.
A partir del momento que sale del coma, empieza a restablecerse y al cabo de un año emprende una nueva vida, renunciando a casa, dinero, ropa... que estando enferma ya había donado a familiares y amigos. Hoy 20 años después es una hermosa mujer como podréis comprobar en los videos que adjunto en este enlace:
https://cajadepandoravideo.wordpress.com/2011/12/21/ii-congreso-del-amor-lleida/
https://cajadepandoravideo.wordpress.com/2011/12/21/ii-congreso-del-amor-lleida/
Otro caso fue el de una mujer de 80 años, que sobrevivió a un cáncer terminal después de pasar una semana en coma .
Un día me visitó acompañada de su hija y de la nieta con la idea de adquirir unas plantas. Pero lo curioso del caso es que ni la ciencia médica oficial ni ninguna de las plantas que promocionamos desde la Dulce Revolución, tuvieron nada que ver con su recuperación "milagrosa".
Me contaba con entusiasmo esta abuela, que durante esta semana en coma, vivió un estado de placidez total en compañía de padres, marido y otros hermanos que ya habían muerto años antes y como sus familiares le animaban a quedarse con ellos .
Pero cuando miraba a su hija y nieta llorando al lado de la cama del hospital, donde la abuela estaba en coma, sentía deseos de consolarlas pero la comunicación era imposible. Desde el otro lado sus familiares le decían que si quería volver a la vida terrena al lado de su hija y nieta no habría ningún problema porque de su cáncer ya estaría curada.
En un acto de amor extraordinario decide volver a la vida para consolarlas y hablarles de esta experiencia maravillosa. Al despertar las primeras palabras fueron "tengo hambre". Como comprenderéis el alboroto de familiares y personal sanitario fue extraordinario y efectivamente después de las pruebas pertinentes y ante el asombro de todos, la abuela ya estaba libre de cáncer.
La nieta que la acompañaba le decía alucinada "abuela quiero vivir estas experiencias" y la abuela le respondió "cállate tonta, que a ti aún no te toca. Disfruta de la vida".
Una cosa si que me quedó clara viendo la expresión de sus caras y es, que cuando les llegue su hora se tomaran el acto de morir con mas serenidad.
Otro caso hermoso fue el de una mujer de 50 años, que con un diagnostico de esperanza de vida máxima de 30 días, como consecuencia de un cáncer terminal y después de estar sometida a todo tipo de tratamiento químico sin resultados satisfactorios, decide conjuntamente con su marido, que en vez de quedarse en casa o el hospital llorando los últimos días, iniciar unas vacaciones al lado del mar hasta que su cuerpo aguantara, disfrutando de la vida hasta el último instante.
No se alejaban mucho de su hospital en Barcelona, por si tenían que volver con urgencia.
En este proceso, todas las causas emocionales negativas, miedos, etc. que le habían acompañado durante los últimos años y que quizás en parte pudieron haber provocado su cáncer, quedaron atrás, porque según los médicos, ya no había solución y dejaban de tener importancia.
Lo único importante en aquel momento era vivir los últimos días con la máxima felicidad en compañía de su marido.
Pasaron 15 días, llegaron al mes y aún estaba viva y lo mas importante constatando una ligera mejoría. Pasaron dos meses, tres, cuatro y cada día mejor. Vuelven a casa por falta ya de dinero disponible y cuando pasan por el hospital a comprobar que podía haber pasado para tener esta prolongación de vida por encima de la prevista por su oncólogo, se dan cuenta mediante estudios y analíticas que el cáncer había desaparecido.
Estos hechos nos confirman que seguramente nuestro organismo está compuesto por algo más que de materia y que puede generar unos mecanismos de auto regeneración impresionantes.
Seguramente estamos hablando de bloqueos "energéticos" que en estos tres casos de forma involuntaria a través del coma o de la situación límite lograron deshacerse y permitir al organismo auto sanarse.
Existen técnicas que ayudan en este proceso a resolver emociones duras almacenadas en nuestro interior, con las que no seria necesario llegar al extremo de lindar de la muerte de estos tres casos. Algunas de ellas podrían ser: Reiki, Constelaciones familiares, regresiones, Hamer, Biodescodificación, Sintergética, etc.
Y aquí es donde mucha gente estamos metidos, abriendo nuestra mente a todo.
Por otro lado, Jean-Pierre Garnier, defiende la idea de que en sueños, podemos moldear nuestro futuro inmediato de forma voluntaria, pidiendo a tu doble que durante el sueño "reparador" aprenda con el tiempo ilimitado del que se dispone en la otra dimensión, aquello que va ser imprescindible o necesario para seguir evolucionado en este plano más terrenal.
Como de momento no se entender que mecanismos se activaron en estos casos extraordinarios que os he contado, me agarro a la teoría del desdoblamiento que tan bien explica Jean-Pierre Garnier en este enlace:
http://preparemonosparaelcambio.blogspot.com.es/2011/05/entrevista-jean-pierre-garnier-malet.html
Por joseppamies
No siendo la
muerte física el aniquilar de la vida, es natural que todos aquellos Espíritus
que se transfieren de retorno para el mundo espiritual mantengan las
características morales que caracterizaban la individualidad.
Recuperando la
lucidez después del deceso celular, vuelven a la conciencia los mensajes que
fueron almacenados durante la trayectoria orgánica, auxiliándolos en la
evocación de acontecimientos y hechos en los cuales participaron.
En algunas
ocasiones no ocurre ese fenómeno en razón del estado de perturbación en el que
se encuentran después del túmulo, manteniendo fijaciones enfermizas y conductas
infelices.
Comprensiblemente,
en el primer caso, resuenan con más facilidad las impresiones vigorosas, aquellas
que fuertemente herirán o dignificarán las emociones.
En ese capítulo,
los sentimientos de animosidad que tipifican los Espíritus inferiores resurgen,
llevándolos a los procesos de angustia y resentimiento, que procuran contornar
mediante el esfuerzo a que se proponen contra aquellos que los afligieron y que
permanecen en el viaje carnal.
Es comprensible
que no poseyendo los tesoros morales de nobleza ni de elevación, se dejan
consumir por el odio, siendo llevados a las fuentes generadoras del sufrimiento
que experimentan, en el caso, de las personas que se hicieron responsables por
su desdicha.
Surgen, en esa
fase, las vinculaciones psíquicas con los antiguos desafectos, aquellos que se
tornaron motivo de su aflicción.
Reconociendo la
razón del sufrimiento, sin, no en tanto, entender las causas profundas,
aquellas que dicen respecto a la Justicia Divina, cara al conocimiento de la
reencarnación y su ley de Causa y Efecto, se convierten en inclementes
cobradores de lo que suponen ser deudas por ellos contraídas.
Disponiendo de
movilidad y fijándose mentalmente al adversario mediante la afinidad moral, se
inicia el doloroso proceso de obsesión, que tanto se presenta en forma de surto
patológico, en el área de los disturbios psicológicos de conducta y de emoción,
bien como en lenta y perversa inspiración enfermiza que termina por
transformarse en trastorno más grave.
Cuando no se
encuentran lúcidos, son igualmente atraídos, en razón de la ley de sintonía
existente entre deudor y cobrador, proveniente de la convivencia espiritual en
las mismas fajas de inferioridad en el que se mueven los encarnados y los
desencarnados.
No sienta
ninguna duda en cuanto a la influencia ejercida por los Espíritus en la
convivencia con las criaturas humanas, especialmente con aquellas de naturaleza
permisiva y vulgar, cruel e indiferente, en razón del estado moral en que aún
se encuentran.
Pululan
alrededor del planeta billones de seres espirituales en un estado primario de
evolución, aguardando la oportunidad de reencarnar de nuevo, ya que se
encuentran en un estado de penuria y de sufrimiento por la cual se transforman
en parásitos dependientes de energías específicas, que exploran y usurpan de
los seres humanos que se les asemejan.
De ese modo,
aquellos que se sienten perjudicados de alguna forma, tienen mayor facilidad en
inmiscuirse en la economía mental y emocional de aquellos que consideran sus
adversarios por los prejuicios que les han causado, persiguiéndolos de manera
consciente o no.
Los enemigos
desencarnados constituyen un factor de desequilibrio en la sociedad terrestre
que debe ser tomado en cuenta por los estudiosos del comportamiento y de las
directrices sociológicas.
El mundo
espiritual es preexistente al físico, real y fundamental de donde vienen
las poblaciones humanas para donde retornan mediante el vehículo de la
desencarnación.
El objetivo
esencial de la desencarnación es propiciar el desenvolvimiento intelecto moral
del Espíritu en su trayectoria evolutiva.
Poseyendo el
psiquismo divino embrionario, en cada etapa del proceso de crecimiento se les
desdoblan facultades y funciones adormecidas que se agigantarán a través de la
eternidad, hasta que sea alcanzada la plenitud.
No obstante, los
atavismos que permanecen como tendencias para repetir los gravámenes y
conceptos erróneos a los que están acostumbrados, ejercen mayor predominancia
en la naturaleza de todos, aunque el Deotropismo que los atrae en la dirección
fecunda y original de su casualidad.
La elección de
conducta que define el rumbo de la ascensión o de la caída, a fin de permanecer
en el obscurantismo en relación a la verdad o en el esfuerzo dignificantes de
auto iluminación.
Cuando se
esfuerza por el buen proceder, prosiguiendo en la vivencia de las reglas de la
moral y del bien, liberándose de los grilletes de los vicios, más fácilmente
alcanza los niveles elevados de armonía interior y los planos espirituales de
felicidad, donde pasa a habitar. Todavía, cuando se compromete en la acción del
mal, es inducido a reescribir las paginas aflictivas que quedaron en la
retaguardia, rescatando los delitos practicados a través del sufrimiento o
mediante las acciones de beneficencia que lo dignifican.
En razón de la
comodidad moral y de pereza mental, se sitúa, no raro, en la incerteza, en la
indiferencia en relación al engrandecimiento o complaciéndose en las
sensaciones nefastas, cuando podría elegir las emociones superiores para
auxiliarse y para socorrer a aquellos a quien ha perjudicado, reparando los
males que fueron generados mediante las contribuciones de amor educativo
ofrecidos.
Los enemigos
desencarnados, de ese modo, se vinculan a los seres humanos atraídos por las
afinidades morales, por los sentimientos del mismo tenor, por las conductas
extravagantes que se permiten.
Nunca
desperdicies la oportunidad de ser aquel que cede en contiendas inútiles como
perniciosas; de perder, en el campeonato de la insensatez, a fin de ganar en la
paz interior; de servir con devoción, aunque otros se sirvan, explorando la
bondad de su prójimo; de ofrecer comprensión y compasión en toda y cualquier
circunstancia que se te deparen; de edificar el bien donde te encuentres, en la
alegría o en la tristeza, en la abundancia o en la escasez; de ofrecer
esperanza, aun mismo cuando reine el pesimismo y la crueldad llevando al desánimo
y a la indiferencia; de ser aquel que ama, a pesar de las circunstancias
perversas; de silenciar el mal, a fin de referirte aquello que contribuya a
favor de la fraternidad; de perdonar, aun mismo aquello y a aquel que,
aparentemente no merezcan perdón; de enseñar correctamente aunque predomine la
prepotencia, y por esa razón mismo…
Nunca te canses
de confiar en Dios, sea cual sea la situación en la que te encuentres.
Vistiendo la
coraza de la fe y esgrimiendo el equipo del amor, tus enemigos desencarnados no
encontrarán campo emocional ni vibratorio en ti para instalar sus matrices
obsesivas, permitiéndote seguir en paz, cantando la alegría de vivir e
iniciando la Era Nueva de felicidad en la Tierra.
Joanna de Ángelis
Página psicografiado por el médium DIVALDO P. Franco, en
la sesión mediúmnica la noche 28 de febrero del 2005, en el Centro Espirita
Camino de Redención, en Salvador de Bahía.
Traducido al español por: M. C. R
Sócrates y la inmortalidad
En el año 399 antes de la era cristiana, el Tribunal de los Heliastas[1],
compuesto por representantes de las diez tribus que componían la demócrata
Atenas, se reunía con sus 501 miembros para cumplir una obligación bastante
difícil.
Representantes del pueblo, escogidos aleatoriamente, estaban allí para
juzgar al filósofo Sócrates.
El pensador era acusado de rechazar a los dioses del Estado, y de
corromper a la juventud.
Figura muy controvertida, Sócrates era admirado por unos, criticado por
otros.
Tenía la costumbre de andar por las calles con grupos de jóvenes,
enseñándolos a pensar, a cuestionar sus propios conocimientos sobre las cosas y
sobre sí mismo.
Sócrates desenvolvió el arte del diálogo, la mayéutica, este momento del
"parto" intelectual, de la búsqueda de la verdad en el interior del
hombre.
Su decir "Sólo sé que no sé nada" representa la sapiencia mayor
de un ser, reconociendo su ignorancia, reconociendo que necesitaba aprender,
buscar la verdad.
Por eso fue sabio, y además de sabio, dio ejemplos de conducta moral
inigualables.
Vivió en la simplicidad y siempre reflexionó al respecto del mundo
materialista, de los valores ilusorios de los seres, y de las creencias
vigentes en su sociedad.
Frente a sus acusadores fue capaz de dejarles lecciones importantísimas,
como cuando afirmó:
"No tengo otra ocupación sino la de persuadiros a todos,
tanto viejos como jóvenes, de que cuidéis menos de vuestros cuerpos y de
vuestros bienes que de la perfección de vuestras almas.
El gran filósofo fue condenado a la muerte por cerca de 60 votos de
diferencia.
La gran mayoría quería que él intentase negociar su pena, asumiendo el
crimen e intentase librarse del castigo capital, con el pago de algunas
monedas.
Con seguridad, todos saldrían con las conciencias menos culpables.
Todos, menos Sócrates que, de ninguna forma, se permitió ir contra sus
principios de moralidad íntimos. Así, aceptó la pena impuesta.
Preso cerca de 40 días, tuvo oportunidad de escapar, dado que sus amigos
consiguieron una forma ilícita de darle la libertad.
No la aceptó. No permitió ser deshonesto con la ley, por más que esta lo
hubiese condenado injustamente. Una vez más ejemplificó la grandeza de su alma.
Y fueron extremadamente tranquilos los últimos instantes de Sócrates en
la Tierra.
Una calma espantosa invadía su semblante, y causaba admiración en todos
los que iban a visitarlo.
Indagado al respecto de tal sentimiento, el pensador reveló lo que le
animaba el espíritu:
"¡Todo hombre que llega adónde voy ahora, que enorme esperanza no
tendrá de que poseerá allí lo que buscamos en esta vida con tanto trabajo!
Este es el motivo de que este viaje que ordenan me trae tan dulce
esperanza."
Sí, Sócrates tenía la seguridad íntima de la inmortalidad del alma, y
dejó eso bien claro en varios momentos de sus diálogos.
La perspicacia de sus pensamientos y reflexiones ya habían llegado a tal
conclusión lógica.
El gran filósofo partía, cierto de que continuaría su trabajo, de que
proseguiría pensando, dialogando, y de que desvelaría un nuevo mundo, una nueva
perspectiva de la vida, que es una sola, sin muerte, sin destrucción.
[1] Los
heliastas (en griego ἡλιαστής) eran antiguos magistrados de Atenas que
constituían la Heliea, un tribunal inmediatamente inferior al Areópago
El Codificador de la Doctrina Espirita, Allan
Kardec, indagó a los inmortales:
"En el momento de la muerte, ¿cuál es
el sentimiento que domina la mayoría de los hombres? ¿La duda, el miedo o la
esperanza?
A lo que los Espíritus le respondieron:
"La duda para los incrédulos
endurecidos; el miedo para los culpables; la esperanza para los hombres de
bien."
Que podamos todos, a ejemplo de Sócrates,
dejar este mundo con el corazón repleto de esperanza.
¡Dios nuestro! ¡Padre excelso! Fuente de toda
sabiduría y de todo amor, Espíritu supremo cuyo nombre es luz, ¡te
ofrecemos nuestras alabanzas y nuestras aspiraciones! Que ellas suban
hasta TI como el perfume de las flores, como los embriagadores aromas de
los bosques suben al cielo. Ayúdanos a avanzar en la vía sagrada del
conocimiento hacia una más alta comprensión de tus leyes, a fin de que se
desarrolle en nosotros más simpatías, más amor para la gran familia
humana.
Nosotros sabemos que es por nuestro perfeccionamiento moral, por
nuestros hechos, de la aplicación de la caridad y de la bondad a nuestro
alrededor y en provecho de todos nos podremos acercar a Ti y mereceremos
conocerte mejor, comunicarnos más íntimamente contigo en la gran armonía de los
seres y de las cosas.
Ayúdanos a despojarnos de la vida material, a
comprender, a sentir lo que es la vida superior, la vida infinita. Disipa la
oscuridad que nos envuelve; deposita en nuestras almas una chispa de fuego
divino que reanima y abrasa a los Espíritus de las esferas celestes. ¡Que tu
dulce luz y con ella los sentimientos de concordia y de paz, se derrame sobre
todos los seres!
Redacción de Momento espirita