Centro de Formación Espírita FIAT LUX

FIAT LUX (Hágase la luz) es un grupo de estudio donde se llevará a cabo una enseñanza metódica del Espiritismo.

Si desea comunicarse con el coordinador de este grupo de estudio puede escribirle a:
ecuador.kardeciano@gmail.com




Los servicios del Centro Espírita


En el desempeño de su función, el Centro Espírita es, por sobre todo, un centro de servicios al prójimo, tanto en el plano propiamente humano como en el espiritual. La enseñanza puramente evangélica, las oraciones, los pases y el trabajo de adoctrinamiento representan un esfuerzo permanente de esclarecimiento y orientación de Espíritus sufrientes y de sus víctimas humanas que, por lo general, son compañías necesitadas de la misma asistencia.  

Muchas personas se preguntan si los espíritas no son pretenciosos y orgullosos al considerarse capaces de esclarecer a Espíritus desencarnados. Consideran que ese es un servicio de Espíritus superiores y no de hombres. Llegan a hacer cálculos para demostrar a los espíritas que ese trabajo es en vano, pues el número de Espíritus que pueden asistir a sus sesiones es ínfimo. Se olvidan de que toda actividad esclarecedora, en cualquier campo, vale más por su posibilidad de propagación. La dinámica de la comunicación es el principal factor de la eficiencia en tales casos. Son muchos los ejemplos históricos en tal sentido, pero ninguno es más claro que el de Jesús, sirviéndose de un pequeño grupo de personas para modificar la faz del mundo, con sus enseñanzas, aunque desvirtuadas por la ignorancia.

En las sesiones espíritas no se pretende abarcar a todos los Espíritus necesitados –lo que sería imposible-, sino cuidar la atención de aquellos que están más ligados a nosotros. El adoctrinamiento de un Espíritu perturbado es casi siempre el pago de una deuda nuestra con aquel Espíritu. Si lo perjudicamos ayer, hoy lo socorremos. Y él, auxiliado, se convierte en un nuevo asistente a la gran batalla por el esclarecimiento general. Cada Espíritu que conquistamos para el bien representa un nuevo impulso en la lucha, el acrecentamiento de un compañero más, un aumento del bien. Debemos recordar siempre que el bien es contagiante. Si liberamos a una víctima de la obsesión en la Tierra, hacemos lo propio con otra en el mundo espiritual que nos rodea. Esa multiplicación se procesa en un constante crecimiento, alcanzando progresivamente a centenares de personas y Espíritus.  

Alegan algunos que los Espíritus perturbados son asistidos en el mismo plano espiritual. Sin embargo, Jesús, acaso, ¿dejó de asistir a los Espíritus sufrientes aquí mismo en la Tierra? Por el contrario, los asistió e incluso ordenó a sus discípulos hacer lo mismo. La experiencia espírita confirma el acierto de esa atención terrena, demostrando científicamente que los Espíritus desencarnados, aún muy apegados a las condiciones de la vida material necesitan de asistencia mediúmnica para liberarse de tal ligazón. 

En las sesiones, como observó el sabio médico espírita Gustave Geley, la emanación de ectoplasma forma un ambiente favorable a las relaciones de los Espíritus con los hombres. En ese ambiente mediúmnico los Espíritus apegados a la materia tienen la impresión de una mayor seguridad, como si estuviesen nuevamente encarnados. 

Muchas veces, en las sesiones, los Espíritus orientadores se sirven de un médium para adoctrinar más fácilmente a esas entidades perturbadas. Eso confirma la dificultad -destacada por Kardec- que los Espíritus más evolucionados encuentran para esclarecer a los inferiores en el plano espiritual. Las sesiones espíritas de adoctrinamiento y desobsesión demostraron su eficacia desde Kardec hasta nuestros días, mientras que las opiniones contrarias no se afirman más que sobre opiniones personales, suposiciones deducidas de falsos raciocinios derivados de una falta de real conocimiento de ese grave problema.

Quienes hoy procuran restar valor e importancia a esas sesiones en los Centros, no dejan de obedecer más que a pálpitos. Los Centros Espíritas bien organizados y bien orientados no se dejan llevar por esos pálpitos, dado que poseen suficiente experiencia en ese campo altamente delicado de sus actividades doctrinarias. Y de la misma manera, los que pretenden que las sesiones de los Centros deben ser dedicadas sólo a las manifestaciones de Espíritus superiores, revelan egoísmo y falta de comprensión doctrinaria. La parte más importante y necesaria de las actividades mediúmnicas, mayormente en nuestros días, es precisamente la de la práctica doctrinaria de la desobsesión. Trabajar en ese sector es un deber constante de los médiums esclarecidos y dedicados al bien del prójimo. 

El estado de confusión al que llegó la Psicoterapia, y particularmente la Psiquiatría, exige el redoblado esfuerzo de los Centros en el trabajo de adoctrinamiento y desobsesión. Millones de víctimas, en el mundo entero, claman por el socorro de métodos más eficientes de cura psicoterapéutica, la que sólo el Espiritismo puede ofrecer, gracias a su experiencia de casi dos siglos en ese campo. 

El Centro Espírita conserva ese acervo maravilloso en su tradición y no puede inmovilizarse ante los sofismas de la actualidad trágica y pretenciosa.  Las comunicaciones de los Espíritus superiores son dadas en el momento preciso, incluso en medio del aparente tumulto de las sesiones de desobsesión. Es muy agradable recibir comunicaciones elevadas de Espíritus superiores, pero sólo somos acreedores a ellas luego de atender, con abnegación y sentido fraternal, a los Espíritus sufrientes. Cuando rechazamos esas oportunidades redentoras los Espíritus superiores se apartan y el campo queda libre a los mixtificadores, como lo saben, muchas veces por duras experiencias propias, los que intentan beneficiarse con bendiciones sin ser merecedores de ellas.  

Los servicios asistenciales a la pobreza, prestados por los Centros Espíritas, constituyen la contribución espírita al desenvolvimiento de la nueva mentalidad social en nuestro mundo egoísta. No basta sembrar ideas fraternalistas entre los hombres, es necesario concretarlas en actos personales y sinceros. 

El Centro Espírita funciona como un transformador de ideas fraternales en corrientes de energía activas en ese plano. En sus turbinas invisibles las ideas se transforman en actos de amor y de dedicación al prójimo. Existen quienes combaten la limosna, la donación desinteresada de ayuda material a los necesitados. Pretenden la creación de organismos sociales eficaces para modificar el panorama de la miseria con recursos de enseñanza y orientación y capaces de conducir a los desdichados hacia una situación mejor. Esos es lo ideal, y muchos Centros y otros tipos de organizaciones espíritas lograron hacerlo. Mas, cuando escasean los recursos y medios para lograr tal realización, ¿es justo que dejemos a los necesitados a la ventura de su impotencia? Hay necesidades tan acuciantes que tienen que ser atendidas ahora, en este momento. Negar nuestro auxilio en tales casos con el pretexto de que estamos proyectando medidas más eficientes, es falta de caridad, comodismo disfrazado de idealismo superior. El Centro Espírita es un instrumento de acción inmediata que actúa de acuerdo con la urgencia de las necesidades. Sin la atención de esas necesidades, las víctimas de la injusticia social no podrán estar a la espera de las brillantes y eficientes realizaciones del futuro. Como enseñó Allan Kardec, debemos esperar que las utopías se muestren realidades, para luego aceptarlas. Las personas que censuran ese esfuerzo de ayuda a los necesitados, defendiendo proyectos de reforma social, se aíslan de la acuciante realidad en que vegetan los que no disponen de medios para su propio sustento. Generalmente, tales ideólogos de un mundo mejor que debe surgir por milagro o por conmociones sociales, acusan a los espíritas de alienados, comodistas y divorciados de la realidad, cuando, verdaderamente son ellos los que se aíslan. El Centro Espírita no se puede entregar, por tanto, a sus principios. Su objetivo es el bien de todos y no el de tal o cual sector de la sociedad. La evolución social depende de la evolución de los hombres, que constituyen e integran los organismos sociales. Es por el ejemplo de la fraternidad y no por el de la violencia que podemos mejorar al mundo. La revolución cristiana no se procesa por medio de actos violentos, sino a través del esfuerzo de sacrificios y abnegaciones fundamentados en el respeto por la criatura humana. No importa si esa criatura es un mendigo o un potentado. La revolución espírita, que es hija y heredera de la revolución cristiana, no se concreta mediante el poder precario o ilusorio de las armas destructoras, sino al ritmo de las medidas concienciales de los hombres, en la búsqueda de la paz y la comprensión para que las atrocidades desaparezcan de la Tierra. No podemos apagar el fuego con nafta, así como tampoco podemos armonizar el mundo con la sustitución de castas en el poder.  Los servicios de asistencia al prójimo sólo pueden retardar el avance de la violencia, al paso que aceleran el desarrollo moral y espiritual de la humanidad. Es de ese desarrollo –y exclusivamente de él- del que podrá surgir en la Tierra una civilización superior. El Centro Espírita no puede trocar, por tanto, sus servicios de amor y fraternidad por su empecinamiento en las luchas entre grupos partidistas y clases. Él apela a los valores de la inteligencia, que a través de la razón equilibrada y de la comprensión profunda de las necesidades humanas conduce a los hombres a soluciones y no apenas a intentos de crear mayores conflictos.  Un espírita no puede pensar en términos de la realidad inmediata. 

La concepción dialéctica del Espiritismo no se fundamenta en el análisis de las contradicciones superficiales del mecanismo social. Ella profundiza en el examen de la dinámica compleja de las acciones y reacciones de los individuos y de los grupos sociales que estructuran la sociedad. Reducir toda esa complejidad a las manifestaciones efímeras de las etapas evolutivas de una sociedad, es negar al hombre la posibilidad de luchar para comprender los problemas con que se enfrenta en el proceso existencial. Vivir y existir son dos posibilidades del Ser que se proyecta en la encarnación. En los planos inferiores de los reinos mineral y vegetal la vida es movimiento y sensación, pero en las etapas intermedias de la animalidad se convierte en conquista y dominio, elevándose en el plano hominal a la conciencia de sí misma en busca de la trascendencia. En ese plano, el ser humano asume la responsabilidad de esa búsqueda y sólo existe, realmente, superando las fases inconscientes de su desarrollo en la medida exacta en que sabe qué quiere y por qué lo quiere.  Ese qué y ese por qué tienen entonces que superarse a sí mismos en la conquista del cómo, es decir: de cómo, de qué manera podrá continuar elevándose. 

Así como la conquista material del plano animal se transforma en la conquista de conocimiento de sí mismo y de su destino trascendente, todas las demás actividades del hombre edifican la conciencia, lo que da al Ser su unidad. Consciente de esa unidad intrínseca, el hombre supera entonces la multiplicidad de su propia estructura y del mundo. Se revela en él la centella divina de su origen espiritual. Él comprende que es Espíritu y que, como tal, no puede destruirse con la muerte, pues su esencia es indestructible y eterna. Ese es el momento espírita de la redención, en que el espírita capta su inmortalidad en su propia conciencia y modifica su manera de ser ante el mundo transitorio e ilusorio.  A partir de ese momento el Espíritu se integra en el Centro Espírita, se llega a él, no como un servidor más, sino como el propio servicio. La multiplicidad de los servicios del Centro adquiere en su conciencia la misma unidad conquistada por ésta. Al mismo tiempo, la visión de la unidad existencial, en que todos los servicios se funden en el servicio único a la humanidad, despierta en él el sentimiento y la comprensión de su único deber: servir a Dios en el servicio al prójimo.Todo lo que él haga de ahí en adelante, será un hacer universal, no relacionado sólo con él o con el Centro, no limitado a su persona o a su grupo, ni incluso restringido al medio espírita, sino extensivo naturalmente a toda la humanidad. Los prisioneros del Espiritismo, a partir de Kardec, todas las grandes figuras que supieron brindarse al Espiritismo en lugar de posesionarse o servirse de él, realizaron esa marcha redentora, pasaron por un gigantesca odisea espiritual templándose en las encarnaciones sucesivas para reimplantar en la Tierra la siembra de Cristo, por la resurrección de su Evangelio, de su Buena Nueva en espíritu y verdad.  Como se ve, el Centro Espírita es realmente un centro de convergencia de toda la dinámica doctrinaria. En él se inician los neófitos, se educan los médiums, comunícanse los Espíritus, adoctrínanse niños y adultos, libéranse obsesos, estúdiase la Doctrina en sus aspectos teórico y práctico, promoviéndose la asistencia social a todos los necesitados, sin imposiciones ni discriminaciones y cultívase la fraternidad pura que abre los portales al futuro. La coordinación de las actividades de un Centro Espírita bien orientado es prácticamente automática, resultando del clima fraternal en que todos se sienten como en familia, ayudándose mutuamente. Es en esa comunión de esfuerzos que los espíritas pueden anticipar las realizaciones más fecundas. Pero si en el Centro Espírita se infiltra el espíritu mezquino de las intrigas, de las pretensiones desmedidas, de las aversiones inferiores, los dirigentes necesitan de mucha paciencia y tolerancia para superar esos amargores y restablecer la paz y atmósfera espiritual. Jamás, sin embargo, se deberá renunciar a sus deberes, lo que sería una deserción, a menos que lo hagan reconociendo humildemente sus errores y continuando en el Centro para servir mejor, en las mismas funciones o en otras inferiores. Nada más triste que en un Centro Espírita unos se erijan en maestros de los demás, cuando en realidad nadie sabe nada y todos debieran considerarse, sencillamente, aprendices. Los servicios más urgentes de cada Centro son los de instrucción de los viejos y nuevos adeptos, tanto unos como otros carecientes del conocimiento doctrinario. Bien realizado ese servicio, todos los demás serán cumplidos con más facilidad.

Por J. Herculano Piresdel libro "El Centro Espírita"